top of page

Biodiversidad de los humedales

Actualizado: 26 jul 2022

Roberto Bó, Docente-investigador de la FCEyN, UBA. Activista ambiental enamorado del Delta. Le hicimos unas preguntas para entender un poco más acerca de los humedales y su importancia.


¿Qué es lo que hace a los humedales zonas tan biodiversas?

Los humedales, prácticamente en todos sus tipos, no sólo son altamente diversos sino también muy productivos desde el punto de vista biológico. Esto se debe, básicamente, a que “se inundan”. Rasgo particular, que permite distinguirlos de otras clases de ecosistemas, en función de dos aspectos:

• Su mayor disponibilidad de agua, elemento esencial para la vida ( si lo comparamos con un ambiente netamente terrestre que, normalmente, sólo la recibe de las precipitaciones). Como los humedales se localizan en zonas topográficamente bajas, también se originan y alimentan a partir de la acumulación de agua de origen pluvial, pero, normalmente, reciben un importante aporte “extra”, también por desborde de cursos de agua, por acción de las mareas y/o por la combinación de los tres factores anteriormente mencionados.

• La particular variación de esas condiciones de “inundabilidad” (en el tiempo y el espacio), determina períodos de “aguas altas” y “aguas bajas”. Esto implica que, en algunos momentos y/o lugares, los suelos puedan soportar aguas superficiales con alturas considerables y, en otros, estar sólo “empapados” (saturados) e, incluso secos (aunque por períodos no muy extensos).


¿Y esta variabilidad cómo impacta a la fauna y flora?

Esta variabilidad hace que haya una elevada biodiversidad y eso se explica por lo que los ecólogos llamamos la “Teoría de los disturbios intermedios”. Según ésta, las inundaciones periódicas son los “disturbios” que generan cambios en las condiciones del sistema y su carácter “intermedio” refiere a que dichas variaciones normalmente no son extremas (por ejemplo, en cuanto a la altura de las aguas, su duración y/o frecuencia). Los “disturbios intermedios” hacen que, en una misma zona, se genere una alta heterogeneidad en las condiciones de hábitat para la biota, permitiendo una mayor disponibilidad de nichos que pueden ser ocupados por varias especies vegetales y animales distintas y con un número mucho mayor al que existiría en ausencia de ellos. Esto ocurre no sólo espacialmente (determinando un gradiente de condiciones a lo largo de un área dada) sino también temporalmente (haciendo que, por ejemplo, en un mismo sitio, la altura del agua pueda variar considerablemente en diferentes momentos del año). Todo esto evita que terminen dominando algunas pocas especies, más exitosas competitivamente (tal como ocurre en ecosistemas con condiciones ecológicas más estables). En los humedales, en cambio, la norma es que una importante variedad de especies esté continuamente reinstalándose y dispersándose, permitiendo no sólo la presencia de aquellas especialmente adaptadas a la dinámica hidrológica mencionada sino, incluso, la de otras exclusivamente terrestres y/o estrictamente acuáticas, por períodos de duración variable.


¿Y toda el agua que va llegando de otros lugares, trae consigo a nuevas especies?

La abundancia de especies está dada por su elevada productividad biológica ya que, con la inundación, periódicamente ingresan (y se redistribuyen) sedimentos, nutrientes, semillas, larvas y otros estadios de especies animales que, cada tanto, reciclan el paisaje, fertilizando los suelos y favoreciendo la supervivencia y reproducción de toda la biota. Y esto último ocurre no sólo en aquellas regiones cuyos paisajes se encuentra totalmente constituidos por humedales (como en el Delta del Paraná o en los Esteros del Iberá), sino también en aquellas donde estos ocupan relativamente escasas superficies (como en nuestras extensas zonas áridas y semiáridas). Por otro lado, la mayor cantidad relativa de agua genera una elevada humedad ambiente que, a su vez, ejerce un efecto moderador del régimen térmico (causando, por ejemplo, una menor amplitud térmica diaria y estacional y un menor número de días con heladas). Esto brinda, por lo tanto, condiciones más favorables para la vida (y, en consecuencia, permite la instalación, la supervivencia y la mayor producción/reproducción de varias especies vegetales y animales, incluyendo al hombre).


¿Por qué hay que defenderlos?

Por todo lo dicho. Y me apoyo no sólo en argumentos éticos (en cuanto a que “no somos quienes” para destruirlos) sino en que, en última instancia, no hacerlo va en contra de nosotros mismos. Las particulares características de los humedales (en cuanto a su composición, estructura y funcionamiento) se traducen en importantes “funciones ecológicas” que, en última instancia, se expresan en numerosos y variados bienes y servicios naturales (tangibles e intangibles) que contribuyen a asegurar la supervivencia y a mejorar la calidad de vida para todos los que vivimos en o cerca de ellos.

Entre las muchas funciones ecológicas “clave” y los “bienes naturales comunes” que derivan de ellas, podemos destacar: a) la provisión de algo tan básico como el agua (constituyendo una de sus fuentes más importantes en nuestras ecorregiones áridas y semiáridas); b) la regulación climática e hidrológica, al constituir importantes depósitos naturales de carbono que, como tales, contribuyen a no incrementar el “efecto invernadero” y, por lo tanto, el “Calentamiento global”. Y también por retener grandes cantidades de agua que amortiguan las consecuencias negativas de eventos extremos de inundación (cada vez más frecuentes debido al “Cambio climático”) y c) por su elevada oferta de variados paisajes que, además de contribuir a satisfacer nuestras necesidades de recreación, psicológicas y espirituales, constituyen el hábitat de numerosas plantas y animales, que nos proveen de alimentos, fibras, productos medicinales, etc., etc. desde los tiempos de nuestras comunidades originarias hasta hoy.

“Defenderlos” implica conservarlos, pero, entendiendo a la “conservación” en sentido amplio. Esto es que, según el caso, ésta puede implicar acciones de preservación, restauración y/o de uso sustentable. Concibiendo a la “sustentabilidad” como el mantenimiento de su identidad (y la de quienes los habitan) y al “desarrollo sustentable” como el proceso de cambio para lograrla. Desde ya, ambos conceptos no sólo deben involucrar a su componente económico-productivo (del que nadie reniega pero que, indudablemente, no debe ser sinónimo de crecimiento económico desmedido. cortoplacista y para unos pocos) sino también a su componente sociocultural y, obviamente, al ecológico. Y digo, “obviamente”, porque, si bien los tres son importantes, asegurar la sustentabilidad ecológica, irrefutablemente es la base para garantizar el mantenimiento en buen estado de los otros dos.


 
 
 

Comments


bottom of page